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Sin que uno moviera un dedo, la computadora marcaba los números telefónicos y entonces una voz aparecía. Una voz desde la otra punta del continente. La campaña recién comenzaba y cada venta se festejaba. El telemarketer anunciaba su logro a los gritos y la jefa del team iba a darle un abrazo. Una pelota roja circulaba de box en box. Se la adueñaba quien hacía una venta: era el símbolo del triunfo. Los días pasaban y yo no conseguía vender nada. Hasta que, luego de exactamente nueve jornadas laborales, embauqué a un señor que no entendió una sola palabra de lo que le dije. La pelota roja vino hacia mí, y Cindy me abrazó.Más tarde comprendería que bajo esa lógica funcionan muchos call centers: el engaño. Una amiga trabajaba en ventas de artículos diversos para argentinos. Pelotudeces, bah. Esas cosas que no sirven para nada, como platos específicos para comer fideos con tuco. Mi amiga llamaba y ofrecía. Sus jefes le habían recomendado que se aprovechara de la gente del interior, porque es “más boluda”.
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Nos pidieron que nos inventáramos un nombre. Sí: que cambiáramos nuestra identidad.-Hello, my name is Kyra Levington and I am calling on behalf of HSBC Bank Nevada, NA.
-Whatttt???????? Where are you calling from???? ¡SUDACA!
Muy a menudo me gritaban.
Varias veces me dijeron “sudaca” y a los demás también.Todas las respuestas del vendedor estaban predeterminadas en la pantalla. Cada excusa del potencial cliente para sacarse de encima la conversación podía ser rebatida. No hacía falta ingenio: había un guión y estaba prohibido salirse.
-There is no processing fee, no security deposit…
No obstante, había compañeros que, sin consultar, seguían apelando a la creatividad, esquivando las respuestas pautadas e inventando las propias. Comentaban, por lo bajo, que eso les daba mejores resultados. O que ése era el único modo. Hablar como seres humanos y no como androides. Las charlas eran grabadas: estimo que no los retarían porque lograban el cometido.Ahora pienso que la máquina tampoco tenía respuesta para todo.No había respuesta predeterminada para cuando alguien te llamaba “sudaca”.En esos casos, yo cortaba la comunicación.
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Telemierda metía presión de diversas formas. La más evidente y cruel era un listado, un Excel que estaba en cada computadora, con los nombres y apellidos de todos los vendedores. En verde aparecían los más exitosos, que eran casualmente los que dominaban el idioma a la perfección. En rojo, los fracasados.Acumulé siete ventas en un mes y medio. Trabajando seis días de la semana, seis horas cada uno, permanentemente con los auriculares puestos. Un día me vi en el archivo. Vi mi nombre, no el ficticio, sino el real, en letras rojas.Volví llorando a casa.
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Para colmo, por esos días, Cindy, la encargada del team -su sobrenombre real era así, en inglés–, me llamó aparte con Noelia, una compañera con la que nos llevábamos muy bien, y dio play a una conversación mía.Se oyó mi voz entrecortada, insegura.Mi voz sudaca.Mi voz parecía, incluso, transmitirle a ese yanqui que ni se tomara el trabajo de escucharme, que lo que estaba ofreciéndole desde el culo del mundo no servía para una mierda.A pedido de Cindy, Noelia señaló uno por uno mis defectos. Tenía razón en todo, por cierto. Cindy asentía con la cabeza. Yo no dije nada.Así de endebles y traicioneros podían ser los vínculos en Telemierda. Aparentemente, siquiera había lugar para la amistad.
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Hubo gente a la que humillaron más.A una chica, su interlocutor le dijo que la esperara y la dejó colgada en el teléfono durante veinte minutos. En ese rato el tipo tocó la guitarra y le cantó una canción. “Don’t call me back”, decía el tema improvisado. La piba no se dio cuenta o no escuchó bien.Por supuesto que Cindy no se lo iba a dejar pasar: armó una ronda y el grupo entero escuchó la tomada de pelo y opinó.De a poco, mis compañeros, heridos, iban cayendo como soldados en el campo de batalla. Desaparecían de un día para el otro. Éramos cada vez menos.
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Al cabo de dos meses, ya convencidos de mi nulo potencial, decidieron deshacerse de mí. Me ofrecieron cambiar de área, vender no sé qué cosa, para no sé quién, y sin vacilar dije que no. La propuesta no era tentadora; el puesto que me ofrecían era peor que el que había estado ocupando.Volví triste a casa, aunque aliviada.Fuente:http://www.nuestrasvoces.com.ar/a-vos-te-creo/telegarketing/
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